Una historia de familia
Manuel, cada mañana nada más levantarse, aún habiéndose duchado la noche anterior, tenía que lavarse las axilas con agua y jabón, porque ya había generado mal olor durante la noche en esa zona. Pero no porque fuera verano y hubiera pasado calor durante la noche. Esto era común todos los días del año, incluyendo el invierno.
Después de su rutinario lavado en el que su piel se ponía de gallina por el contacto con el agua fría, se aplicaba sobre la axila un desodorante de rolón con un agradable aroma y textura acuosa, el típico de supermercado.
A mitad de la mañana durante sus clases de universidad, Manuel comenzaba a notar como el agradable olor de su desodorante se iba desvaneciendo mientras surgía su olor característico a azufre resultado de su transpiración. Un proceso lógico, y que con el paso de los días y los años Manuel simplemente asumió.
Pero un día de verano de 2021 Belén, la tía de Manuel y (atención spoiler) de dónde viene el nombre de Belain. Le dio a su sobrino para que probara un desodorante en crema que ella había hecho para sí misma.
A la mañana siguiente, después de su rutinario lavado de axilas Manuel probó el desodorante de su tía, tal y como ella le explicó, aplicándose un poco de la crema en la yema del dedo y aplicando esta a su vez sobre la axila en movimientos circulares, como si de un peeling se tratase.
Paso la mañana y a pesar de que fuera verano Manuel no daba crédito. Sus axilas, no sólo no estaban emitiendo un olor agrio y a azufre sino que únicamente desprendía un agradable olor natural al desodorante de su tía con ligeros matices a clavo.
A final del día Manuel seguía sin dar crédito porque no se creía que sus axilas siguieran sin desprender mal olor.
Lógicamente pensó que se trataba de una casualidad y de que ese día quizá no se había movido tanto o algún otro motivo. Pero, al día siguiente repitió la rutina de nuevo con el desodorante en crema de su tía Belén y de nuevo tuvo un día más feliz que de costumbre porque sus axilas no desprendían mal olor.
Y hasta día de hoy, Manuel está eternamente agradecido a su tía, no solo de que le evite esa agua fría matutina sino sobre todo por dejar de ser esclavo de su olor.